La luz representa tantas cosas en nuestras vidas y podría ser nombrada de tantas maneras: alegría, amor, camino, faro, esperanza o salvación. La luz es lo que oponemos a la oscuridad, como el bien al mal, como lo recto a lo imperfecto. Pero más allá de estas metáforas, la luz, que es amiga de la visión, como la obscuridad de la intuición; nos traza el destino y deja en claro el camino.
Pero la obscuridad no existe persé, lo que existe es la ausencia de luz, que aunque parece lo mismo, no es igual. La luz siempre está ahí, desde el inicio de los tiempos, pero la Gravedad desvía, y en casos graves, detiene, su camino recto. Estrellas o agujeros negros son capaces de redirigir su camino o aprisionarla para la eternidad.
Y aunque parece que es la Gravedad el verdadero oponente, según la Teoría general de la relatividad, la Gravedad, no es una entidad, es un fenómeno consecuencia de la deformación del espacio-tiempo. Este, que se comporta como una malla invisible y que nos rodea por todas partes y en todo momento, se curva ante la presencia de objetos estelares masivos, los planetas, que giran al rededor de su estrella, son el mejor ejemplo. No hay una fuerza invisible entre dos cuerpos que se atraen, es la deformación de la estructura del espacio-tiempo, la que lleva sus movimientos rectilíneos a girar, uno con respecto a otro, cuando el espacio se dobla entorno a su interacción. Y la luz, que tiene la característica de ser partícula y onda al mismo tiempo, no escapa a esta atracción, desviándose, y en caso de deformaciones que rompen el espacio-tiempo, cayendo dentro.
Desde este punto de vista, lo opuesto a la luz, no es la Gravedad sino la materia, culpable de deformar o desgarrar el espacio-tiempo, retrasando o capturando a la luz. Los hoyos negros, se llaman así, por esta característica tan singular, ninguna aceleración escapa a su atracción, ni la de la luz.
La obscuridad, sería, entonces, hija de la interacción de la materia con el espacio tiempo, al hacer que la luz avance o se detenga, remitiéndonos, de nuevo, a la confrontación milenaria entre materia y energía, que es como asociamos todos a la luz.
Así que el tiempo es luz, la luz es la imagen que avanza o se detiene en función de la materia que la someta. El tiempo solo es la velocidad con la que la luz avanza en nuestro universo, y es constante, simplemente porque no es una fuerza, la luz es un camino que siempre está encendido; como una cuerda de violín, que tensada desde el principio de los tiempos, emite siempre la misma nota en cualquier punto que se toque, 300 mil kilómetros por segundo no es una velocidad, es solo el acorde de los pixeles del universo.
La luz tampoco tiene edad, la edad solo caracteriza a la materia, cada fotón es el mismo desde el inicio de los tiempos y para ellos, el tiempo no ha pasado, somos nosotros que al observarlos, los colapsamos en la tumba final de nuestras pupilas.
La realidad es un lienzo luminoso en todos los tiempos y espacios, y la materia, disfrazada de gravedad, la paleta de grises y obscuros que trazan el retrato que llamamos percepción, sin una no podría existir la otra. La gravedad es a la masa, como la luz a la energía, y luchan para convertir el Universo en tristezas o en alegrías.
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